En esta oportunidad les compartimos un fragmento de un escrito de Eliana Nis Castelli, en el que recorta algo del trabajo respecto de la propia posición que cada acompañante realiza buscando estar disponible para unx niñx.
“Para Alan se desdibujan los límites de los lugares, las instituciones se confunden. La casa y la escuela comparten escenas de una y de otra, como dormir y hacer tareas escolares (…) Como al niño, a mí también se me confunden los roles, los lugares. Me encuentro dando las mismas tareas que la madre en casa, explicándolas y hasta corrigiendo. Muy pegada a Alan y al rol de una maestra. Entonces ¿Cuál debe ser mi lugar en el acompañamiento?
Llevo a la supervisión mi situación y los comentarios de la mamá. A partir de pensarlos entre dos, decido no seguir trabajando con el cuadernillo de la Maestra Integradora, ya que es algo que Alan hace todo el tiempo y se manifiesta molesto frente a estas tareas. También dejo de presentarle las tareas y comienzo a convocar a la maestra.
Se tratará de encontrar la forma para que Alan ingrese a la escena escolar. Busco que despierte, que disfrute un poco lo escolar. Comienzo a ofrecer juegos, el armado de juguetes con papeles y cartones. Alan muestra mucho interés por estas propuestas que al principio se ofrecían en momentos −cualquiera del día− que mostraba sueño, o manifestaba malestar. Con el tiempo se inscribe un límite: los juegos son sólo en horario de recreo, el armado y la creación de animales de papel −preferentemente cocodrilos−. Este movimiento abre la posibilidad de un pedido de Alan: “Armemos el cocodrilo”, “hagamos origami” o simplemente caminar solo hasta el gabinete dónde sabe que se guardan varios juguetes.
Luego de haber hecho algún movimiento en relación al lugar que yo ocupaba, la maestra comienza a escribirle a Alan en el pizarrón. Desde ese momento el niño quiere copiar todo lo que ve escrito por la maestra”.