Por: Mariano Feldman
«Las integraciones escolares, bajo diferentes modalidades y formatos son, cada vez más, parte de la realidad escolar. La entrada de profesionales y miradas externas al ámbito educativo, nos enfrenta con la tensión inherente al entrecruzamiento entre dos discursos: salud y educación. Este campo de fuerzas, en el que se inscriben las integraciones, lleva a que en muchas ocasiones, perdamos la brújula. La lógica que -más allá de las particularidades del caso- ordena una integración, es la inclusión de un sujeto en el colectivo escolar. En la escuela, lo que resulta “terapeútico” es el aprendizaje.»
En una escuela de Capital Federal se lleva a cabo un importante programa de integración con más de treinta niños que cuentan con un plantel de poco más de veinte profesionales entre maestras integradoras y acompañantes externos. Entre otras actividades, se desarrolla con alumnos de escuela primaria un taller de arte y construcción de distintos objetos. Este taller se desarrolla en un horario donde el resto de sus compañeros está en clase.
Una de las maestras integradoras manda un mail, muy contenta, emocionada por algo que pasó en el marco del taller… a continuación reproduzco algunos recortes:
Estábamos algunos acompañantes y los chicos (en el taller). Mientras algunos se dedicaban a pintar maderitas otros pintaban hojas con témperas y me solicitaban que las pegara en la pizarra. Una alumna era quien me proporcionaba la cinta para pegar.
En cierto momento, dos alumnos se levantan y comienzan un juego muy significativo con la cinta para pegar.
El mismo consistía en tapar los ojos, oídos, boca o sujetar las manos de un Maestro Integrador. para que no las pueda mover. Los chicos se divertían mucho, se notaba complicidad en ellos aunque no lo hubieran hablado, y el MI se prestaba al juego poniendo su cuerpo y demostrando la dificultad que le causaba cada “parte tapada”, cada parte imposibilitada , no podía ver …chocaba, no escuchaba lo que le decían, quería pedir ayuda y no podía pero tampoco podía quitarse la cinta de la boca porque sus manos estaban atadas, el juego continuó con momentos donde “expulsaban” al MI, lo sacaban de la sala y se reían de que él “estuviera afuera”.
Creo que nunca vi en este espacio poner en juego lo que les pasa de manera tan explícita… ¿los dejan afuera por tener dificultades?, ¿se ríen de ellos en la escuela?, ¿les “cortan las manos”o les ponen techo total no van a poder?, ¿los adultos cercanos, su familia… sus compañeros?…
Son muy interesantes y agudas las preguntas que se hace la Maestra Integradora, dan cuenta de la constitución de un espacio de juego, de la posible tramitación por esa vía de las distintas dificultades, de la función de poner el cuerpo de los maestros, las cuestiones de la transferencia, de la posibilidad de ser tomado por los niños para que alguna escena significativa se arme… pero siendo una escena en la escuela… ¿es una escena escolar?
En épocas donde algunos neurólogos hacen bajadas didácticas al aula y algunos docentes se encuentran anhelando diagnósticos que le presten sentido a las presentaciones de los niños, es necesario poder ubicar las coordenadas que se ponen en juego en las intervenciones en la escuela.
El concepto de dispositivo orienta. Sobre todo en los espacios que construimos y en los que nos movemos los profesionales psi, a veces patinamos hacia dispositivos que tienen más que ver con la salud que con la educación.
Entendemos al dispositivo como “cualquier artefacto que tenga de algún modo la capacidad de capturar, orientar, determinar, interceptar, modelar, controlar y asegurar los gestos, conductas, opiniones y los discursos de los seres vivientes” “no solamente las prisiones, los manicomios, el panóptico, las escuelas, también la lapicera, la escritura, el cigarrillo, el teléfono celular, las computadoras, y por qué no el lenguaje mismo”. En las escuelas podemos pensar en un conjunto de objetos: la disposición de los bancos en el aula, el guardapolvo, el timbre, los horarios del recreo, los saludos, los actos, etc. etc., que se transforman, en la relación con los sujetos, en un mecanismo productor de subjetivación.
Entonces me parece necesario preguntarse, para intentar comprender desde estas coordenadas, por la identidad de los distintos espacios que pueden transitarse en un proyecto de integración escolar. Reformulo entonces la pregunta: ¿Este taller esta en el marco de un dispositivo escolar?
Creo que está en un borde: sin desmerecerlo, a veces gira hacia un espacio terapéutico, donde se ponen en juego las vivencias sobre la escuela, ahí el punto de confusión, donde quizás se producen efectos de tramitación de las conflictivas de los chicos. Pero, el taller no sólo no permanece como tal en el tiempo (el taller puede tomar otra dinámica, otros ejes, otra tarea), sino que está alejado de aquella escena escolar que se desarrolla con claridad en el marco del dispositivo escolar, y a la cual apunta la integración de cualquier alumno. A estos efectos, me parece orientador distinguir la escena escolar del dispositivo escolar. El taller claramente es una escena en la escuela pero…la posición de los Maestros Integradores, las intervenciones, el juego, las reglas, podrían dar cuenta de otra cosa… esta escena podría tranquilamente pasar en un consultorio o en un taller fuera de la escuela.
La identidad de los equipos de orientación y de los equipos de integración en los ámbitos escolares requiere un proceso de construcción, y en ese proceso transita una cornisa que si bien no es angosta, tiende a deslizarse a veces hacia un dispositivo más asociable al terapéutico. Las tensiones con las que juega el equipo incluyen no sólo a los actores del dispositivo escolar, sino también a actores pertenecientes al campo de la salud, por lo que la interlocución con discursos asociados a la salud y a la educación son constantes. Por eso no son extraños aquellos deslizamientos.
Entonces comparto un par de preguntas: ¿Algunos espacios en el marco de los proyectos de inclusión escolar son un dispositivo dentro del dispositivo escolar? El deslizamiento hacia lo terapéutico, ¿debe pensarse como síntoma de alejamiento de “aquella escena escolar” o como insumo de la estrategia de inclusión?
Una respuesta u otra quizás nos dé alguna orientación sobre la pertinencia de la inclusión y la distancia con aquella escena a la que pretendemos que los niños accedan.