Por Eugenia Lacorazza y Ma. Cecilia Ramos
«La dinámica de las aulas muchas veces se lee en clave binaria: hay quienes están adentro, mientras que otros quedan afuera. Si una integración trata como verdadera esta disyunción adentro-afuera, seguramente fracasará. Una acompañante y una maestra de nivel inicial relatan su trabajo para acompañar a un sujeto en los acercamientos, los repliegues, las distancias, los objetos necesarios para estar con otros. Las condiciones para el encuentro hacen posible el lazo»
Cuando llego a la sala Bordó parecía que Dimitri no se había dado cuenta de que varios de sus compañerxs estaban intentando armar una ronda y que su seño pedía silencio y orden, a la vez que intentaba que le cuenten qué habían hecho el fin de semana. Porque él deambulaba por el espacio sin un rumbo fijo, hablando solo o dramatizando escenas que, tiempo después, descubrimos que eran videos de internet.
La seño me comenta que es muy inquieto, que muchas veces no le gusta recibir cariño ni una atención muy personal y que se esconde debajo de la mesa. Se pone siempre en el medio de la ronda, en donde pareciera que baila y acompaña con gestos pero no se puede descifrar a quién imita. Fueron siempre fallidos los intentos por conocer de qué se trataba lo que hacía, ya que él no respondía.
La demanda era clara: Dimitri debía entrar a esa ronda, en esa escena que, hoy, era tan lejana para él.
Pero… ¿Cómo estar seguras de que eso que nosotras veíamos como una ronda lo era para él? ¿Realmente podía darse cuenta que interrumpía y no dejaba ver a sus compañerxs? ¿Los reconocía como sus compañeritxs de jardín?
Tal vez empezar a responder alguno de estos interrogantes nos acercaría a entender por qué cada vez que la seño lo llamaba, le explicaba algo o le pedía que se siente, estas palabras no llegaban ni siquiera a rozar a ese cuerpito al que le era imposible dejar de moverse.
Sin embargo, con la seño empezamos a observar que cuando una hoja y lápices de colores formaban parte de alguna consigna, él era el primero en sentarse. Allí, al igual que cuando deambula, solo podía plasmar dibujos que estaban muy lejos de las propuestas escolares.
En la búsqueda que implicaba que pueda conectar con otras actividades, algo nuevo apareció: sonó nuestra primera alarma, ya que a ambas nos llamaba la atención cómo al calmar su cuerpo iban apareciendo algunos sonidos o movimientos que por momentos lo hacían levantar la mirada para ver qué pasaba en esa “ronda lejana”.
Mientras las mañanas seguían pasando, el encuentro con la primera supervisión provocó que algunas preguntas más comenzaran a instalarse: ¿Debo buscar que se quede quieto y se siente en la ronda? Y en caso de que eso se pudiera lograr ¿Dimitri formaría parte de la escena que esa ronda ofrece? ¿Bastaba con que su cuerpo estuviera completando ese eslabón que queda suelto cuando él se va?
Una mañana la seño se acerca a contarme que tenía pensado contarles un cuento que había elegido especialmente para él porque era cortito y tenía muchos dibujos. Pero no podíamos lograr ni siquiera que mirara de qué se trataba, su atención estaba afuera de la sala, en aquello que el borde de la ventana le dejaba mirar.
Decido ver, primero, qué lo tenía tan concentrado allí, miramos juntos un rato, pero cuando la seño comienza a narrar el cuento me doy vuelta y me sorprendo con el sonido del mono, después me gusta el dibujo del elefante y lo digo, siempre mirando el cuento.
De repente le llama la atención mi sorpresa y mira también. Le pregunto si escuchó lo que pasó y le comienzo a contar. Desde donde estábamos los dibujos no se veían bien. La seño observa esta escena y lo invita a la suya: le pone una silla a su lado y le pide que le tenga el cuento mientras ella lee.
Algo comenzó a aclararse para ambas a partir de este episodio. Descubrimos que era por ahí, cuando lo vimos sentado mirando los dibujos con atención. Luego vino el turno de dibujar la parte que más linda del cuento. Pero cuando tiene la hoja enfrente comienza a desplegar “sus dibujos”. La seño al ver esto, se acerca y le dice: “bueno ahora que ya hiciste este dibujo tan lindo, quiero que ME dibujes la parte que más te gustó, acá te dejo el cuento para que veas los dibujos”…
Algo de ese pedido lo tocó. El mono apareció entre otros dibujos de videojuego, pero la parte que más le había gustado quedó plasmada… ¿Qué se articuló en ese pedido de la seño? Los días siguientes nos siguieron dando algunas pistas.
Poco a poco Dimitri comenzaba a mirar más lo que pasaba dentro de la ronda y a descubrir que había alguien esperándolo allí.
Su “Seño” nos lo cuenta mejor:
“Uno de esos días en que se metía en la ronda, le pregunto sobre su fin de semana. Él comienza a bailar y a contarnos sobre un personaje que veía en la computadora. Esto generó risa en sus compañeros y a él le gustó tanto que, además de repetirlo cada vez que se formaba la ronda, pudo encontrar su momento para recibir miradas y así comenzar un pequeño intercambio con otros. Poco a poco este episodio durante la ronda de inicio se fue transformando y cambiando: por momentos me ayudaba a ordenar los carteles de sus compañeros, a contar cuántos habían venido o a veces se le permitía compartir aquello que tanto le gustaba: un personaje que se llama ‘blipi’ (un video de un chico y una excavadora)”.
Esa ronda se volvía más tentadora para él, quería encontrarse con esas miradas una y otra vez.
Una mañana apareció el primer llamado: “Seño Ceci, vení!” Nos sorprendimos y emocionamos, porque nunca la había llamado por su nombre. Quería que solo ella lo ayudara en su cuaderno. Cada vez que tenía que escribir o dibujar quería que la seño se lo pidiera y estuviera junto a él.
Pero no solamente Dimitri necesitaba ayuda con el desafío que implica plasmar las primeras letras en la hoja, varios la reclamaban. Sin dudarlo, ella acudía siempre a su pedido, por lo que le propuse ayudar a los demás para que su convocatoria tuviera lugar.
Lentamente y en cada situación íbamos orbitando las diferentes escenas descompletando un lugar y habilitando otro donde, cada vez, yo estaba más afuera de la ronda y Dimitri cada vez más adentro, de la mano de su seño.
Su maestra lo vuelve a contar mejor:
“Lo que intento buscar siempre es algo que a él le guste, ya sea desde el contenido en sí, como desde el modo en que podemos llegar a conocer ese nuevo aprendizaje. En los juegos de matemática descubrí que si lo dejo ser el que comience y finalice el juego, puede estar mejor y disfrutar de la actividad. Lo mismo con los dibujos, en donde siempre está esa segunda hoja disponible para él. La masa, es algo que a él le permite poder frenar y escucharme a mí o a sus amigxs. Como también le facilito el compartir y relacionarse con ellxs.
Cuando veo que tiene un mal día propongo una actividad con masa para que pueda estar mejor. Cada vez que tenemos que comenzar un tema nuevo le propongo que vaya a la computadora de la sala con su acompañante y busque imágenes relacionadas con el tema para que después le muestre a sus compañerxs. Ahora en los cuentos se sienta en el piso junto a ellxs, pero lo llamo para que esté en la primera fila así tiene más cerca las imágenes”.
Porque de cerca se ve mejor…
Descubrimos que tanto la masa como los dibujos, la computadora y los cuentos no le servían –ni nos servían a nosotras– para que se quedara quieto, sino que eran los recursos y la condición para que pudiera ocupar ese lugar vacío en la ronda.
Esa ronda que nombramos desde el inicio cobró sentido para él únicamente cuando se pudo construir una escena escolar a la cual él podía acceder, pero no como eslabón para completar ese lugar vacío, sino, justamente, habilitando ese lugar vacío para que él pudiera entrar y salir cuando fuera necesario.
Fue la construcción de ese puente que conectaba lo que permanecía afuera y adentro de la ronda lo que posibilitó acercarle esa escena que bordeaba pero a la cual no podía entrar. Ambas, desde nuestro lugar, lo acompañamos a cruzar.
“Marco polo describe un puente, piedra por piedra.
-Pero ¿Cuál es la piedra que sostiene el puente? Pregunta Kublai Kan.
-El puente no está sostenido por esta piedra o por aquella –responde
Marco–, sino por la línea del arco que ellas forman.
Kublai permanece silencioso, reflexionando. Después añade:
-¿Por qué me hablas de las piedras? Lo único que me importa es el arco.
Marco Polo responde:
-Sin piedras no hay arco”
Italo Calvino en Las ciudades invisibles
Imagen*: Diana Toledano es ilustradora, educadora y escritora nacida en España.